Fue un lunes muy raro. Mientras estaba en el despacho lo único que quería hacer es ir a casa. Sólo me acerque a la fiesta a saludar. Pero al final me quedé. Son duros estos Australianos. Hablaban del secuestro, sí, pero decían "¿Y qué vamos a hacer? Lo mejor es seguir el plan previsto". Así que me quedé con ellos en la fiesta. Chequeando el móvil constantemente para ver si había novedades.
Volví a casa en taxi. El centro estaba cortado al trasporte público. El silencio era atronador. Los que habéis estado en casa sabéis que, si está la ventana abierta, siempre hay ruido de fondo. Los coches, gente que pasa por la calle...no es molesto, pero forma parte del ambiente. Y el lunes nada. No se oía nada. Nos dormimos en el sofá viendo en directo lo que pasaba. Nada. No había movimiento. Si después de 12 horas no había muerto nadie es que no era muy 'terrorista', aunque nos tuviera a todos aterrorizados. Y no. Por suerte no lo era. Era un colgao. Alguien, que, lamentablemente, quería llamar la atención de una manera equivocada. Es increíble el daño que puede hacer una sola persona.
El martes nos levantamos con las noticias: a las 2:03 de la madrugada se oían disparos en el café y empezaba a salir gente; la policía, confundida, entra. Más disparos. Resultado: 3 muertos. El secuestrador, y dos de los rehenes: Tori y Katrina. Parece ser que Tori, que era el manager del café, al ver que el secuestrador se quedaba dormido, intenta arrebatarle el arma. En el forcejeo parece que el arma se disparó matándole. Bastantes rehenes se escapan. Entra la policía. Y ya no sabemos más. De hecho tampoco está confirmado que fuese eso lo que pasó. Aunque las imágenes son claras: hay un disparo, sale gente, y la policía entonces entra. No sé si algún día sabremos lo que realmente ocurrió. Y al final da igual. El resultado va a ser el mismo. No cambiará nada.
Y desde el martes Martin Place se ha llenado de flores. La gente va y las deja allí. Como homenaje. El viernes, primer día de vacaciones, nos acercamos nosotros. El olor dulce lo invade todo. Y realmente pone los pelos de punta. Mucha gente mayor llora. Se te encoje la barriga cuando los ves llorar. Un hombre de más de 80 años lloraba poco a poco. Los niños dejan dibujos un poco asustados por la situación. No creo que lo entiendan. Y la verdad es que cuesta entenderlo, por muy mayor que se sea. También ves gente de todos los colores, porque así es Sydney, multiracial. De hecho, uno de los primeros mensajes, el #I will ride with you (iré contigo), era de apoyo para la comunidad musulmana. No tengáis miedo, que no os echamos la culpa. Ese era el mensaje que se leía entre lineas
Pero a la que se sale de allí, el ambiente vuelve a ser otro. La gente sigue feliz, contenta. Siguen haciendo su vida como si nada hubiera pasado. En una especie de aceptación estoica. Yo he tenido más fiestas de navidad (en el BMRI) y karaoke con mis kiwis favoritos, Bettina y Cailin. ¿Y qué vamos a hacer? Hay que seguir haciendo lo mismo. Es lo que dicen. Incluso la familia de las victimas. Es el mejor homenaje. Y aunque es cierto que hoy Sydney es un poco menos inocente, sigue siendo una ciudad alegre. Esperamos que siga así por mucho tiempo.
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